Disfunción eréctil

La disfunción eréctil puede deberse a causas tanto orgánicas como psicógenas, requiriendo una evaluación personalizada para identificar la naturaleza específica de cada caso. A pesar de la diversidad de factores desencadenantes, existen procesos comunes, como la experiencia de “querer pero no poder” en momentos de intimidad sexual. 

A partir de esta experiencia, empiezan las dudas sobre uno mismo y el propio rendimiento sexual. En el contexto de una relación sexual, la erección se convierte en el autentico protagonista. La atención de la persona se centrará en la sensaciones fisiológicas del pene, o lo que es lo mismo, en la presencia o no de erección, acompañado de pensamientos ansiosos como “no me puede pasar otra vez” o “quiero complacer a mi pareja” que perderá de vista la estimulación y el contexto erótico en el que se encuentra. Esta focalización extrema en el rendimiento puede generar la presencia de un estado de tensión y ansiedad que irá incrementando de intensidad a medida que los resultados no sean los esperados. 

La tensión y la ansiedad son elementos cruciales en el desarrollo de la disfunción eréctil. Estos factores desencadenan una respuesta biológica vinculada al sistema nervioso central, interfiriendo en el proceso natural de la erección. 

La dinámica de pareja también juega un papel significativo, ya que la erección, culturalmente, se ha construido como un indicador visual de excitación. La ausencia de este indicador durante la actividad sexual puede llevar a interpretaciones erróneas, como “ya no le gusto” o “hay otra persona”, desencadenando comportamientos de distanciamiento afectivo y emocional.